Por: Dr Jeckill y el Sr Hyde.
Corrección de Estilo: Alfredo Sánchez Aguilar
Y el ganador para la categoría de banda de rock más popular entre sus amigos y familiares, incluyendo su abuelita, es…
¿Te parece una idea tonta? Así reza una frase de un comercial televisivo que parece caer como anillo al dedo, sin embargo, termina siendo un hecho que debe contextualizarse.
En la mayoría de los ámbitos de la vida humana, especialmente los creativos, se generan espacios de reconocimiento social del autor de un logro o creación específica, la ciencia y la literatura a nivel mundial se reconocen a partir de los premios de la academia Sueca, el cine tiene infinidad de premios locales y planetarios, la música en todos sus géneros igual, guardando las proporciones y para el ámbito local es casi obvio y si se quiere hasta necesario que existan premios que reconozcan lo mejor del talento local.
Sin embargo, desde los reconocimientos de la Junta de Acción Comunal del último pueblo de la geografía nacional hasta los premios Nobel tienen sus detractores y sus “peros”, alguna vez leí que a Jorge Luis Borges nunca se le dio el Nobel por el hecho de que a los miembros de la academia no les gustaba, para resumir, cada reconocimiento pasa por la subjetividad de quien elige y se convierte en un punto de controversia la forma de elección.
Por otro lado los premios responden a círculos organizados, redes que evalúan ciertos logros científicos o creativos y las trayectorias de sus autores, industrias consolidadas que buscan exaltar lo mejor de su producción con diferentes fines, incluyendo obviamente el comercial.
A partir de estos dos supuestos abordamos el tema que nos compete, los premios de rock locales. El “deber ser” de las cosas nos indica que premiar lo mejor de la escena local significaría tener un conocimiento profundo de lo que acontece a nivel nacional, de la industria incipiente que acompaña la creación y se tendría el ojo y el oído puestos todo el tiempo en lo que va saliendo, además implicaría multiplicar esos ojos y oídos en todo el país para saber que ocurre en otras ciudades y poblados que muchas veces se escapan de lo que consideramos la escena nacional; la idea sería recoger esta información, organizarla, pasarla por un filtro claro de selección para terminar en un comité evaluador que a partir de criterios claros elija las propuestas a resaltar en las diferentes categorías que se establezcan.
Desafortunadamente somos testigos de dos fenómenos que de entrada parecen no aportar mucho: la desaparición de estos espacios de reconocimiento y la banalización del reconocimiento a partir de concursos de popularidad por redes sociales. El primer fenómeno termina siendo casi obvio a partir del poco interés en la escena nacional, provocado por la poca difusión de los productos locales y la paulatina desaparición de los canales masivos encargados para este fin, por ejemplo, me acabo de enterar del cierre de la emisora Radioactiva Medellín, sumado a lo anterior supongo que el beneficio comercial termina siendo marginal, razón de más para cortar los presupuestos para este tipo de iniciativas.
Del lado del segundo fenómeno nos encontramos con vitrinas de amigos buscando impulsar sus productos a partir de sociedades del mutuo elogio, desconociendo de manera intencional la riqueza o variedad de lo que se está produciendo por fuera. Generar candidaturas sólo a partir de redes sociales sin ningún criterio claro de selección hace que sólo el que hace la tarea de recolección de likes tenga algún tipo de figuración sin ser sometido a un filtro que busque exaltar lo que en realidad sucede.
La idea de esta columna no es que se acaben los premios, es simplemente reflexionar sobre la forma en que podrían ser, buscando abarcar lo que producimos como industria en minúscula que en vez de establecer comunidades del mutuo elogio debería organizarse, conocerse, valorarse, abrir la mente y después de todo ese recorrido, premiarse.