Por: Fabián Esteban Beltrán
Recuerdo cuando recién iniciaba a transitar los caminos del metal y devoraba las revistas españolas que llegaban a Colombia con meses de retraso. Solía soñar leyendo calendarios copados con giras de ensueño que por entonces, mediados de los noventas, era imposible ver en nuestro país. “Ten cuidado con lo que deseas” reza el dicho y aquellos artistas, otrora inalcanzables, visitan en la actualidad frecuentemente nuestro país al punto en que ya es imposible seguirle el paso a una agenda represada luego de dos años de incertidumbre en los que la industria de la música en vivo llevó una de las peores partes.
Este cuello de botella, conformado por una combinación de shows aplazados y nuevos periplos que buscan recuperar algo del tiempo y el dinero perdido, así como capitalizar las ganas de un público ávido de volver a vivir la interacción con sus bandas favoritas, nos ha puesto ante una angustiante sobreoferta de conciertos. Y digo angustiante porque el palo no está para cucharas. Con la inflación amenazando una ya maltrecha economía, producto de fenómenos económicos mundiales, la recesión y la caída del valor de nuestra moneda, es fácil deducir sin mayores cálculos que el dinero no alcanza, menos para los que, como quien suscribe estas líneas, gusta de tendencias diversas, disfruta al máximo la experiencia que solo la música en directo proporciona y destina parte de sus ganancias a asistir a conciertos de metal locales a internacionales.
Dada esta circunstancia, inevitablemente llega el doloroso momento de elegir y la tarea no parece nada fácil. Entre festivales privados y públicos, así como shows de todos los tamaños, desde recintos para un puñado de fans hasta estadios y arenas, a lo que resta de 2022 le falta por recibir más de 50 conciertos; un promedio de 4 shows por semana, con entradas que rara vez bajan de $100.000 y pueden fácilmente superar el medio millón para las localidades más costosas.
Por si fuera poco, festivales con gran arraigo han puesto en marcha nuevas ediciones tras el hiato que supuso la pandemia: por un lado Knotfest, la franquicia propiedad de los enmascarados Slipknot instalará sus carpas por tercera vez en Colombia, mientras que el Festival del Diablo renace desde los confines del averno para anunciar una nueva entrega con Arch Enemy y Behemoth a la cabeza, compitiendo en fecha con Rock al Parque que al cierre de esta edición ha anunciado a Epica, Evile, Crypta y Discharge como invitados internacionales, mientras se esperan nuevas adiciones al colosal evento gratuito que por primera vez se realizará durante dos fines de semana consecutivos. A este par de grandes se suman nuevas propuestas que buscan un lugar en las agendas anuales, como el Bogotá Metal Fest con Suffocation e Incantation encabezando la parrilla de su primera edición.
Los festivales son una buena oportunidad para ver varios artistas por una fracción del precio que costaría verles por separado, pero también son muchas las bandas encabezando sus propias giras. Con una primera fecha agotada en horas, Guns n’ Roses hace su regreso para dos recitales en el Campin; los esperados franceses Gojira pisan suelo nacional por primera vez, viejos conocidos del público colombiano como Helloween, Exodus, Destruction, Rata Blanca y Baron Rojo, así como nuevos visitantes entre los que se cuentan a The Exploited, Stryper, Archspyre, Myrath y Pentagram, entre muchos otros, conforman esta ola que ya se observa próxima en el horizonte. Todo esto sin mencionar a una efervescente escena local en permanente movimiento, que libra su propia lucha por la visibilización y que a su vez podría enfrentar el coletazo provocado por un público que privilegia lo foráneo en una competencia desigual, pero de la que los más astutos podrían sacar ventaja.
Con precios mucho más amables y cada vez más bandas que entienden la necesidad de profesionalizar sus shows, los eventos locales deben plantearse seriamente nuevas estrategias de fidelización de públicos, abandonar para siempre las formas lastimeras y pseudo altruistas como entradas por lentejas y poner especial atención en la experiencia de los asistentes para alcanzar una sostenibilidad que ha sido siempre esquiva. Nada fácil pero, o nos ponemos a tono con los estándares de quienes nos visitan, o las bandas nacionales terminarán condenadas a ser actores secundarios en su propia casa. Por supuesto, los lugares privilegiados para agrupaciones locales en eventos internacionales son una gran oportunidad de consolidación o para ponerse en el mapa, el punto es que la escena nacional NO PUEDE depender exclusivamente de ello.
El negocio de la música en directo, como todos, obedece a dinámicas de oferta/demanda y con muchos de estos shows vendiendo entradas a un ritmo aceptable, bien vale preguntarse ¿estamos ante un verdadero auge o se trata de una burbuja que estallará en la cara de todos los actores de la escena musical?¿Implosionará el bolsillo de los fanáticos o en realidad existe un público con la capacidad adquisitiva suficiente para que la tendencia se mantenga y fortalezca en el tiempo? Pasará algún tiempo para tener alguna certeza sobre las respuestas, pero por ahora mi yo de 1996 no cabe de la dicha al ver su sueño realidad; mi yo de 2022 por su parte, esta francamente preocupado.