Por: Ana Cubides
Parte I. Generalidades.
Lo de anoche definitivamente fue un experimento. No aparecía como un concierto habitual, por su cartel, pero tampoco aparecía como un festival que, a simple vista si lo parecía. Hubiera sido la excusa para lanzar un festival con buena salud. También podría leerse, como un negocio exclusivo certero entre bandas que atinaron en las fechas y que la organización productora del evento empleo con astucia.
La difusión fue algo sutil, casi no me enteró. Además, cambiaron el lugar que debiera ser algo más pequeño al Arena Recoleta, a un lugar que funciona como un club-restaurante-bar con tarima para los en vivos. Un lugar adecuado y con infraestructura nueva que, aunque no se ve tan secreto, adentro evocó aquellos conciertos noventeros en el Inquisicion Bar o el Salón Hocar, ambos ubicados en el centro de Bogotá. Un desacierto, la ausencia de bebidas refrescantes y no alcohólicas.
El sonido en aspectos generales estuvo bien. Una falla frecuente, el segundo micrófono o el del coro, al menos en las tres primeras bandas, sonaba más que la línea para el micrófono principal. A medida que el cartel avanzaba, las bandas sonaban mejor, quizá las dos bandas nacionales no contaron con suficiente tiempo de prueba. Otro desacierto, si bien es un bar y de alguna manera deben amenizar los espacios muertos entre bandas, la música programada en las pruebas de sonido fue algo excesiva.
Los asistentes, a ojo de miope, rondaba los doscientos. Tal vez esperaban un número más elevado por las bandas tan extraordinarias. El comportamiento fue notable, todos con sus pequeños grupos de amigos o solitarios apreciando cada uno de los actos. Una especie de Rock al Parque, donde escenas «subculturales» disímiles compartieron sin agresiones y diversidad.
Parte II. Las bandas.
II. I. Coven.
Definitivamente la cabeza de cartel de festival acompañada de otras dos bandas internacionales de primera línea con tres propuestas completamente diferentes. La legendaria y desconocida Coven, con cuatro décadas interrumpidas de carrera y con la responsabilidad de la instauración de un estilo en el rock, el Occult rock. Este se ha ramificado hasta el doctrinal Black Metal y a una imaginería visual base de su vocalista Jinx: cabello rubio partido en dos sobre la cara, maquillaje enfatizado en los parpados superiores de los ojos, bisutería con símbolos enigmáticos; además, ciertos atavíos de bruja urbana: pantalón negro, blusas ritualizadas de seda con mangas amplias o encajes y una capa medieval de velos vaporosos. Suele agregar a los en vivo, y en esta ocasión también, una máscara de brillantes o una máscara de la peste, velas, un cráneo y un farol blanco.
Asimismo, es una front woman, no solo como líder indiscutible de la banda en todos los procesos creativos y con su singular voz de contralto que mezcla la psicodelia con el soul y el blues; sino en su posición y apariencia rígida en el escenario, mientras oficia el ritual musical con un estilo a lo dramma per musica y sus movimientos misteriosos en las manos, incluyendo su célebre mano cornuda, la cual también fue pionera en su uso. Otros matices extramusicales ambiguos instaurados son, por un lado, el «satanismo» y por otro, el «ocultismo» dentro de rock y sus derivados, alcanzando su mayor esplendor en el ya mencionado Black Metal, en particular el noventero.
El recibimiento de sus fieles estuvo caracterizado por una devoción profunda de distintas generaciones, especialmente, de nuevos escuchas. Muchos la veían y la tocaban como un espectro venerable o una mártir maldita. Su lista de temas se ha mantenido desde su regreso en el Roadburn 2017, de las cuales prevalecen siete canciones de su primer disco Witchcraft Destroy Minds & Reaps Souls y de otras recientes como la espectacular The Crematory. De su nueva formación de músicos se destacaron algunas variaciones importantes que la habían venido acompañando el último año como la del guitarrista que regreso a la vida a Coven, Riktor Ravensbück (The Electric Hellfire Club y Wolfpack 44) y la del bajista. Se mantuvo la base del mismo baterista, tecladista y, por supuesto, su gran guitarrista. (En otro momento se podría hablar de aspectos técnicos como el tipo de amplificación utilizada y, ¡sí!, de la Epiphone Wildkat con ese tremolo especial).
II. II. Wolfbrigade.
El plenilunio guía a la manada que de a poco concurría. Pese a que en su mayoría estaba lleno de doomers y metaleros, se observaban algunos dbeateros esparcidos. ¿En realidad asistirían al festival? Sí, a las 21 hrs, esperaban el aullido de su vocalista Micke. De allí en adelante, ni un respiro, media hora incesante. Un repaso a algunos de sus mejores temas y otros de su antiguo nombre Wolfpack. Todo fue tan rápido que lo único que se notó en aquel lugar cerrado, era como el cabello de todos se mojaba y se encrespaba por la confrontación licántropa de sus seguidores y los coros al unísono. Al punto, sin dudas, frontales en esa cierta mística nórdica lobezna y la combinación de dbeat con guitarras de la escuela de Gotemburgo y del NWOBHM
II. III. Avernal.
Desconocidos hasta el momento. Estos bonaerenses impresionaron hasta la escucha de su último disco llamado La quimera de la perfección (2016). Este es un trabajo contundente que hace una revisión desde el Death Metal noventero (entre el Swedish y el Melo) hasta el presente con la potencia y rapidez del Groove y la producción reciente en sonido y recursos tecnológicos. Un disco que no debe falta en las estanterías de colección de CDs o de su escucha habitual en sus plataformas favoritas. Además de su trayectoria de casi 25 años y sus letras en español. Todo su profesionalismo, perseverancia y desafío que se reflejó en su presentación sólida e imponente.