Por Fabián Esteban Beltrán
A casi cuatro décadas de su origen, que el trabajo de Meshuggah se perciba aún como la estaca puntal de las nuevas tendencias en el metal, bien podría atribuirse al innegable envejecimiento del género; pero también habla claramente de lo visionario de su arte: una semilla que germinó para convertirse en un árbol de ramas robustas bajo cuya sombra acampan géneros como el Djent y el math core.
Anoche estos pioneros, esperados largamente por el público colombiano, asestaron un apabullante concierto en el que dejaron claro por qué sus riffs, profundos y zigzagueantes, han servido de brújula para las innovaciones más significativas de los últimas décadas dentro del espectro extremo mundial.
El quinteto sueco en vivo es un despliegue de agresiva y sostenida precisión que se siente retumbar en el pecho. A lo largo de una hora y veinte minutos, el grandioso baterista Tomas Haake despachó sus enrevesados ritmos a diestra y siniestra, mismos que al entrelazarse con los riffs de Fredrik Thordendal, Marten Hagström y Dick Lövgren conforman el patentado sonido, grave y angular, de Meshuggah. Completa este asalto la inconfundible voz y actitud escénica de Jens Kidman, inmune al paso del tiempo.
Los cinco barbudos en escena no se enredan en piruetas aprendidas sobre la tarima: su acto requiere concentración quirúrgica y aún así nunca se percibe como una muestra de autocelebración pretenciosa, muy por el contrario, es admirable la calidad de las astutas composiciones y la imponencia del espectáculo que ponen en marcha, desde la maravillosa selección de canciones en la que desfilaron temas de todas las épocas como «Broken Cog», «Future Breed Machine», «Kaleidoscope», «Rational Gaze» y el monstruo de dos cabezas «In Death – Is Life»/»In Death – Is Death»; hasta el estupendo juego de luces y sonido. Una sincronía cuyo resultado no podía ser diferente a uno de los mejores shows de metal en un año atiborrado de eventos.
El show en el Astor Plaza, que los ecuatorianos Minipony tuvieron la misión de abrir en una decorosa presentación, llegó a su fin con «Bleed», el equivalente sónico a meter la cabeza en la turbina en marcha de un avión, y la cadenciosa «Demiurge» selló las acciones en un debut irreprochable con dulce sabor a revancha luego de la cancelación de la visita de los suecos once años atrás.
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