Artículo y entrevista por Daniel Melendez.
Si la soberbia fue el pecado de Lucifer, el ángel caído ha aprendido la lección, y aunque en 2017 el Diablo no ha perdido su talante ambicioso, sigue siendo fiel a su naturaleza. Siendo la Bestia que es, ha tomado el asunto por los cuernos, recordándole a sus fieles devotos que es mejor reinar en el Infierno, cuando el Infierno es propio y te ofrece año tras año un cartel cada vez mejor.
En su experiencia como gestor cultural, y metido desde hace casi dos décadas en la escena primero como músico, involucrándose luego en la parte de producción musical y organización de conciertos y eventos, Alfonso Pinzón (AGONY, DÍA DE LOS MUERTOS) comenzó a identificar ciertos rasgos y características que pasan desapercibidos para la mayoría, pero que para el ojo entrenado representaban una oportunidad a explorar: público para el Metal sí hay en Colombia, y ese público responde cuando se les ofrece calidad, y no cantidad; aprecian más el carácter selecto que el producto vendido por docenas.
Por ello, en medio del marasmo de eventos costeados con dineros públicos que invaden el circuito de conciertos en Colombia, y que para muchas bandas se ha convertido en una única opción (y para otras una manera de garantizarse un pago periódico convirtiéndose en proveedor de servicios para el Estado), Alfonso Pinzón y Juan Pablo Chaparro (EDEN, KARIWA) decidieron arriesgarse y atraer a ese público flotante, esquivo pero fiel, devoto y agradecido cuando se les brinda calidad.
Desde su primera edición en 2014, el Festival del Diablo ha demostrado la certeza de la corazonada de ambos organizadores: público sí hay, mercado sí hay, y lo único que se necesita es el espíritu emprendedor que sepa interpretar los intereses y necesidades de dicho público.
Tropiezos han tenido, tanto desde la parte burocrática (licencias y permisos) hasta las eventualidades de cada versión. En la noche del 6 de diciembre de 2014, durante la primera edición del Festival del Diablo, y poco después que fuera arrojado gas lacrimógeno en el interior del pequeño recinto del Teatro Metropol de Bogotá, Pinzón tuvo que pedirle a Dagon, de INQUISITION, que se subiera a tocar, y que disculpara el impase. Luego de su presentación, Dagon le diría a Pinzón que esa había sido la experiencia más metalera que había tenido en su vida (y eso viniendo de un tipo como Dagon, que presenció el derrumbe de una pared interna de la casa en obra gris en la que estaban tocando junto a los paisas de AVERNO en un concierto subterráneo en Cali a principios de los años 90).
A veces, lo más duro para un organizador no consiste en lidiar con el ego de los artistas (la gran mayoría de integrantes de bandas de Metal son gente de clase obrera que no viven de sus bandas y que tienen su trabajos regulares para ganarse el sustento. Eso, por si aún crees que las bandas de Metal viven de su música) sino con la gente del road crew, con quienes hacen parte del equipo técnico de la banda.
Tal fue el caso con alguna gente del personal que acompañaba a TESTAMENT, con quienes la gente del Festival del Diablo tuvo un encontrón. Eran las 3 de la mañana del 29 de noviembre de 2015, la segunda edición del festival había terminado poco antes, y los ánimos estaban caldeados por la actitud irrespetuosa del ingeniero de sonido y el tour manager brasileño de la agrupación hacia el personal local del evento. Ambas partes se fueron a las manos en el lobby del hotel y la pelea fue detenida gracias a la mediación y los buenos oficios de Eric Petterson, guitarrista de TESTAMENT,
Siendo así las cosas, ¿cómo hace el Diablo para convocar a sus cohortes? El proceso para seleccionar las bandas nunca es sencillo, principalmente si se tiene en cuenta que el público metalero es muy exigente en cuanto a la calidad de bandas que se le ofrecen. Pinzón afirma que durante el proceso de curaduría para cada versión del festival: «se analiza toda la carrera de una banda, su influencia y relevancia en un género, su calidad interpretativa y, sobre todo, qué tipo de show son capaces de dar HOY».
Más que la nostalgia o el renombre de la banda elegida, es el nivel de compromiso en escena con su público: «Nadie ha salido del Festival del Diablo diciendo que tal o cual banda ya no suena bien, o que no tienen una gran puesta en escena, y así va a seguir siendo. Ello se debe a la curaduría; nos informamos bien de la «forma» en la que están todas las bandas hoy día». Y eso, señores, se llama gestión y curaduría con calidad.
Como todo aprendizaje, el del Festival del Diablo ha sido arduo, y darse empellones contra el mundo ayuda un poco. Pero si algo queda claro, es que un festival que en sus dos ediciones se ha dado el lujo de tener en tarima a bandas de primer orden como CANNIBAL CORPSE, TESTAMENT, INQUISITION y CARCASS, con agrupaciones legendarias como VENOM y POSSESSED, sin olvidar a los nacionales; desde bandas establecidas como REENCARNACIÓN y MASACRE hasta actos emergentes como RANDOM REVENGE, es que en Colombia SI hay público para el Metal. Contrario a los estereotipos que aún existen, tanto en el mercado y la publicidad como en el mismo gremio del Metal, lo cierto es que el metalero colombiano SÍ está dispuesto a pagar, pero para hacerlo necesita percibir valor, y eso es algo que el Festival se ha esmerado en brindarle.
Entonces, si hay público, ¿por qué cuesta tanto que se cree una industria en torno a un mercado que, evidentemente, está allí? La respuesta, para Pinzón, es que «a las empresas Colombianas poco o nada les interesa el público metalero, mucho menos apoyar esta clase de eventos”, redondeando la idea con un ejemplo específico: «el problema es que quienes tienen el poder y el dinero en Colombia no son nuestro público objetivo. El man de Bavaria no es metalero. Probablemente tenga prejuicios contra el metalero, pero es el man con el qué hay que hablar para un patrocinio. Y así, mientras Wacken tiene a Becks, pues nosotros ni mierda (…) Estamos solos contra el mundo».
¿Solos? Como el marginado por excelencia, el Diablo no está solo; tiene consigo una horda de fieles seguidores y devotos que aumenta cada año. No en vano su lema de combate es “Somos Legión”. Invisible, oculta, clandestina, subterránea, pero que se hará presente y manifiesta el próximo 25 de noviembre, cuando el Festival del Diablo abra sus puertas para su tercera versión, que seguramente superará a sus dos encarnaciones anteriores.
Mientras dejábamos al Bajísimo ultimando los detalles de su reciente invocación a Samael, uno de sus más dilectos discípulos del Averno, sobre su escritorio vimos un misterioso papiro con algunas líneas de lo que parece ser un plan maquiavélico. Lo tomamos casualmente para leerlo pero, mientras lo hacíamos, el Cornudo nos lo arrebató de las manos y, escondiéndolo apresuradamente, nos despachó entre excusas, sonrisas y frases condescendientes, cerrando las puertas de sus aposentos. Pero nos quedó la duda, y no podemos terminar esta nota sin compartir con ustedes nuestro descubrimiento.
Entre los renglones del papiro pudimos leer palabras como “zona de camping”, “after party”, “bacanal”. Al parecer, Su Majestad Infernal quiere hacer un verdadero pandemónium luego de terminar su evento, para quienes se queden a farrear una vez se hayan desvanecido las últimas notas de los sonidos evocados para esa noche. Pero no pudimos confirmarlo.
Mientras tratamos de corroborar estos rumores, les dejamos con la invitación abierta a este festival, que poco a poco comienza a estar a la altura de cualquiera que se haga en Europa. La Meca puede que sea Wacken, pero en Bogotá el Diablo tiene Su Festival… y los seguidores del Metal acudiremos en masa, Somos Legión, porque somos muchos.